Niña tejiendo, Auguste Renoir |
El tío abuelo tenía los párpados abultados y una sonrisa entre alegre y resignada; ella no sabía que trabajaba en la cárcel y que aborrecía su trabajo. La niña, sentada al sol, repasaba con puntadas desiguales, en un trozo de sábana, el contorno de un velero; sobre él un círculo amarillo del que surgían líneas rectas –una larga, otra corta, alternadas– representaba el sol. El tío se acercó, alabó la labor y le pidió que le bordara uno para él, un pañuelo, dijo. Semanas más tarde oyó a su abuela llorar la muerte inesperada del hermano. Mientras todos se afanaban buscando las ropas de luto, sintió que estorbaba, se refugió en el balcón y recordó, de repente, la promesa incumplida. Fue la primera vez. Después se ha ido acostumbrando a esa mala costumbre que tienen los difuntos queridos: marcharse dejándonos siempre una cuenta pendiente, una deuda definitivamente impagada.
Con este texto participé en el Vendaval de micros 2013, organizado por Marina de la Fuente, Pablo Garcinuño, Fernando Vicente y Ana Vidal.
Inxs! Duele, por lo cierto.
ResponderEliminarBuen soplo al vendaval.
Abrazos Elisa.
Gracias, Miguel. Algo de cierto hay, sí.
EliminarDuele ese final, Elisa. Porque es muy cierto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues sí, Sara, creo que todos lo hemos experimentado más de una vez.
EliminarQue bien descrito ese sentimiento que queda. Una buena propuesta que en su día no llegué a leer.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Besos, Nani.
EliminarQué bueno Elisa. Creo que lo leí en su momento y ya lo sentí. Es una punzada, una punzada en forma de recuerdo el que provoca este relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un abrazo, Miguelángel.
EliminarPrecioso y muy emotivo para quienes hemos sentido ese pellizco de un adiós sin despedidas. Besos
ResponderEliminarMarian, me alegra recibir tu comentario, hace mucho que no sé de ti. Veo que no me has olvidado, yo a ti tampoco.
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