Con la derecha asperja la capilla de agua bendita, con la izquierda blande un racimo de rosarios. Su voz imperiosa ordena a los diablos que liberen a sus huéspedes. Los endemoniados se retuercen, arrojan espumarajos y cristales por las fauces abiertas, reniegan en griego y arameo. De la boca del anciano macilento que yace bajo el púlpito surgen uno, dos, siete bellísimos súcubos que cimbrean sus caderas rotundas al compás de las plegarias. Los exorcizados se arrojan sobre ellos en tropel y entre los altares se inicia una frenética orgía. El sacerdote contempla el espectáculo, desconsolado e impotente, hasta que hace su aparición ─rizos oscuros, rostro angelical─ un íncubo impúber que, guiñándole el ojo lleno de picardía, lo toma de la mano y lo incorpora alegremente a la fiesta.
En el mes de octubre homenajeamos a Albert Camus en la Marina de Ficticia. La consigna era escribir un micro con el título de alguna de las obras del escritor francés. Esta fue una de mis aportaciones.