10 jul 2017

Ruidos

Charles Sheeler, The upstairs

Subir de nuevo a la habitación con pasos sigilosos. Abrir la puerta de repente. Encontrarla otra vez abandonada al sueño, con la respiración plácida, cubierta hasta los hombros por una sábana impoluta, como recién planchada. Iniciar el descenso y, a mitad de la escalera, recomenzar a oírlos: el choque de los cuerpos al embestirse, el somier que chirría, sus gemidos apenas ahogados por la mano mordaza del amante. Girarse. Volver al dormitorio y, apretando el mango de la navaja hasta hacerse sangre, admitir que esa necesidad suya de sorprenderlos in fraganti antes de actuar no es más que puta cobardía.