28 sept 2012

Historias, historias, historias



El día en que murió don Álvaro no llovió en Mondoñedo. En la portería del paraíso lo aguardaba Pedro, con un libro antiguo lleno de páginas en blanco y una pluma de ave del año mil y pico. Rápido corrió el rumor de que el gallego lo llenaría con relatos de magos, damas melancólicas y sirenas griegas; semblanzas de campesinos, curanderos y boticarios; travesías marineras de mozos que aprendían a vivir y de viejos comerciantes llenos de nostalgia; vagabundeos de ánimas y sochantres y fugas de rubios condotieros. Tanto fue el alboroto entre ángeles y bienaventurados que las nubes, impacientes por comenzar la lectura, no se acordaron de llorar.

Información sobre el autor homenajeado se puede obtener en:

23 sept 2012

La mujer del preso

Peter Halley, Prisión
Jamás falta al vis a vis mensual que él solicita. Ajena, como siempre antes, permite que se derrame en su interior con urgencias cerriles. A ella el orgasmo le viene más tarde, cuando el golpear de cada puerta a sus espaldas resuena en homenaje a su doble libertad.

19 sept 2012

Maqueta

 
Pecera, ilustración de Amparo Martínez Alonso (Petra Acero)

En cuanto depositaron la caracola en la esquina del acuario desportillado, los niños contemplaron atónitos cómo brotaba de su interior la arena que cubrió el lecho de cristal. Después vieron surgir rocas de formas caprichosas, el agua que se agitaba con suavidad de bonanza, estrellas y caballitos de mar, peces de colores, escualos diminutos, el pecio semienterrado de un galeón holandés, dos ballenitas azules y un submarino nuclear en miniatura que vomitaba, por la rendija abierta en el casco corroído, su bilis de plutonio.

Este texto participó en la convocatoria permanente de  microrrelatos ecologistas que Luisa Hurtado celebra los lunes en su blog Microrrelatos al por mayor. Si tienes un micro con este tema, no tienes más que enviárselo y esperar su publicación.

17 sept 2012

14 sept 2012

Negaciones

Fernando Sáez, El resorte


El escritor moja la pluma en el tintero antes de dar fin a su historia. De repente, el muñeco de resorte se dispara desde la página recién escrita haciendo vibrar la luz del quinqué.

—Estás mintiendo —acusa con su voz aflautada—. Has insinuado que yo estaba interesado en la bailarina.

El cuentista, sobresaltado, guarda silencio.

—Además, tú sabes que nunca hubiese causado mal alguno al soldadito. Era noble y valiente, sobrellevaba con dignidad su cojera. Y yo —añade tras un momento de duda—, yo lo amaba.

La palabra resuena como un golpe. La sombra del juguete se agranda en la pared. El escritor vuelve la hoja con energía, para encerrarlo de nuevo en el cuento, pero su personaje alcanza hacerse oír por última vez:

—Me envidias porque no soy un cobarde como tú, ¿me oyes? Porque me atrevo a proclamar con la cabeza alta quién soy y a quién deseo.

La pluma vuelve a correr sobre el papel. Ante el desconsuelo de su enamorado, el soldadito cae al fuego de la chimenea. Una ráfaga de viento arrastra a la bailarina junto a él. Ambos se funden en un único corazón. De plomo.