20 jul 2011

Al final del túnel


Me costó, porque ella siempre prefería ir por la carretera, pero una mañana en la que llegábamos tarde a la escuela conseguí convencerla para atajar por el túnel del ferrocarril abandonado. Desde entonces lo atravesábamos a diario, a la ida y a la vuelta. En cuanto dejaba de llegarnos la claridad de la entrada y todavía no veíamos la luz del final, la Chari me agarraba una mano mientras yo, con la otra, tanteaba la pared. Avanzábamos despacio, para evitar las piedras y los charcos que formaban las goteras, y a mí me gustaba sentir su respiración agitada y cómo me apretaba la mano con fuerza cuando se oía el plof de una gota al caer, el rumor sigiloso de una rata o el aleteo de un murciélago.Sin embargo, por algún motivo, no podía dejar de picarla: que si tú sola no eres capaz, que si los murciélagos se te van a agarrar en el pelo, que si las niñas sois todas unas miedosas… hasta que ella se hartó y me dijo que estaba dispuesta a taparme la boca de una vez por todas.

Esperamos al sábado, para no tener prisa. Aunque todavía era marzo, el sol picaba mucho y la Chari se presentó con su camiseta roja de tirantas, pantalones cortos y un pañuelo en la cabeza —por si los murciélagos, pensé, aunque no me atreví a decírselo. Según nuestros cálculos, se tardaban once minutos en recorrer el túnel, once minutos que ella debía esperar después de que yo me hubiese introducido en él, para estar seguros de que no íbamos a coincidir en el interior. Después de registrarla, no fuese a llevar escondida una linterna, atravesé el túnel, más deprisa que de costumbre, porque echaba de menos su mano en la mía. Cuando salí, me paré al sol, para sacarme el frío de los huesos, y esperé. Doce minutos después asomó ella.Se notaba que había corrido y había tropezado, porque traía sangre en la rodilla derecha, pero se esforzaba en aparentar un paso tranquilo. Aún estaba deslumbrada por el latigazo de luz cuando vi tiritar sus hombros descubiertos y abrí los brazos para que se calentara. Ella se apretó contra mí, los latidos del corazón le hacían temblar todo el cuerpo, igual que temblaba en mi mano el topillo que habíamos cazado días antes en la ribera, y sus pezones pequeños, duros y apretados, se me clavaron en el pecho.

Todavía seguimos yendo a la escuela por el túnel, pero la Chari se ha acostumbrado y ya no le tiene miedo a lo oscuro. Y yo no sé que inventar para que vuelva a arrimarse a mí, como aquel día.

16 comentarios:

  1. Qué hermoso texto, Elisa!
    He recorrido el túnel con estos dos jovencitos, corrí con él y me aterroricé junto a ella.
    Hasta la foto que ilustra el cuento es una delicia!
    Le diría a él que continúe esperando, que le de tiempo. Los dos han madurado y ella, aunque no vuelva a acercarse 'como aquel día', permanece.

    Un micro tierno hasta la sonrisa.

    Besos

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  2. Qué inocente!!!!
    Quién pudiera volver ahí.

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  3. Qué bueno, Elisa! iniciático el túnel. El final es tan bello!

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  4. Quisiera leer más de estos entrañables personajes tan reales.
    Abrazos fuertes,
    PABLO GONZ

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  5. Me ha gustado mucho, viví la historia intensamente... y espero que el chico encuentre una buena excusa para repetir muy pronto :-)

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  6. Muy lindo texto. Sugerente, se me hace que al túnel entraron niños y salieron adolescentes. Un abrazo.

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  7. Qué tierno Elisa, por un momento pensé que algo le ocurriría a la Chari en el túnel. Menos mal que no. Es una historia de adolescentes con un gran ámbiente. Me ha gustado mucho.

    Saludos.

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  8. ¡¡¡¡Preciosoooo!!!!! Ese abrazo es... coincido con Julio, es el paso de la infancia a la adolescencia.
    Saludillos

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  9. Pati, salió del "miedo a la oscuridad". ¿Te acuerdas? Lo que pasa es que se puso a crecer y no cupo en los 1.400 golpes.

    Sí, Montse, esos momentos que dejan una huella imborrable, quién volviera a vivirlos.

    Gracias, Sandra, me gusta lo de iniciático.

    Se intentará, Pablo, tengo algún relato más largo con tono y tema parecido, pero para el blog no me gusta, a ver si tengo la suerte de publicarlo en otro sitio.

    Gracias, Roberto. Tú que eres chico, sugiérele una y sigo escribiendo (si la musa me acompaña).

    Julio, me encantan esas interpretaciones de los lectores que engrandecen los textos. Yo no lo había pensado así, es un regalo que me haces.

    Je, je, Nicolás, eso es vivir la historia, preocuparse por el destino de los personajes y aliviarse si nada malo ocurre. Muchas gracias.

    Saludillos, Mar, te digo lo mismo que a Julio. Y gracias por pasar y comentar.

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  10. Ah, Pati, la foto es nuestra. Digo nuestra porque no sé si mía o de mi marido. Esta hecha en una vía de tren abandonada, convertida en vía verde para pasear en bicicleta. Es preciosa. Tiene nada menos que treinta túneles.

    Si a alguien le interesa: Vía verde de la Sierra, de Puerto Serrano a Olvera, por las provincias de Sevilla y Cádiz. ¡Merece la pena!

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  11. Qué bello, Elisa. No quería que se terminara el cuento. Está tan bien narrado que parece el inicio de una novela. Y es que, en realidad, todas las historias de amor son el inicio de algo más largo...
    Un saludo.

    Sara Lew

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  12. Me has transportado con tu relato a esa edad en la que la inocencia comienza a dar paso a la sensualidad y ya nada vuelve a ser lo mismo. Me parece una historia tierna, contada con mucha delicadeza.

    Un abrazo.

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  13. Creo que es difícil no reconocer en este tipo de artimañanas algún comportamiento propio. Expresarlo como tú lo haces (cómo tú sueles hacerlo, de hecho) hace que no haya duda de la buena intención que hay detrás de la pequeña trampa.

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  14. Que bonita historia, Elisa. Tierna y amorosa, aunque desde el principio me dio por temer que apareciera el tren por el tunel y he seguido leyendo algo angustiado. Menos mal que tú nos has ido por ahí.

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  15. Precioso Elisa, te lo dije en otro micro de adolescentes que encontré por tu blog (o lo pensé) tienes una mano mágica para este tema. Ni una pista de cómo enterneces, sin costuras, con naturalidad y eficacia. Me encantó (erratilla en "tirantes" creo ;-)
    Miles de besos, maestra

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  16. ¡Hermoso Elisa! Por un momento yo también imaginé la aparición de un tren fantasma repentino. Por suerte solo es el tren de la vida, avanzando. Abrazos,

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