5 may 2010

Fetichismos

El bargueño de roble tallado que heredó de su abuela contrasta con la funcionalidad impersonal del resto del mobiliario, pero se había negado en redondo a abandonar su casa si no lo llevaba consigo y no hubo más remedio que hacerle un hueco en la habitación. En cuanto tiene un momento de intimidad introduce la llave en la cerradura, abate la tapa y desparrama sobre ella el contenido de los cajones: el primer zapatito de Enrique, el mayor; los recordatorios y las fotos de primera comunión; la última carta a los Reyes que escribió Jaime y el clavo que ayudó a soldar la rotura de su codo –siempre fue el más inquieto–; las dos trenzas –pajiza la de Piluca y negra, rizada, la de Merceditas–; los cuatro paquetitos de papel de seda que encierran cuatro colecciones de dientes de leche… Y antes de volver a colocar, cuidadosa, cada cosa en su sitio, se sorprende al encontrar en el cajón inferior de la izquierda, atadas con una cinta roja, las felicitaciones de Navidad que le envían –el teléfono nunca le gustó y menos ahora que está dura de oído– esos señores tan amables que vienen a verla de vez en cuando y que, coincidencias de la vida, dicen que se llaman igual que sus niños.

Imagen: Hombre con cajones (1934), de Salvador Dalí

7 comentarios:

  1. Exquisito, verdadero, triste. Con tu permiso lo sumo a mi biblioteca virtual.

    Saludos.

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  2. Si ese bargueño hablara...
    Muy bueno Elisa! Tal vez un poco largo, pero es lo que le da la emoción. Me gustó mucho!
    Saludos!

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  3. Qué tierno y qué humano. Qué inteligente la forma en la que sugieres (así lo he entendido yo) que está en una residencia mediante el contraste entre su mueble y la impersonalidad.

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  4. Gabriel, es un honor que lo incluyas.
    Claudia, me alegra mucho que hables de emoción.
    Miriam, sí, está en una residencia. Me gusta tu comentario porque permite darse cuenta de cómo hay que trabajar los textos breves, en los que cada palabra debe ampliar su significación y ninguna quedar desaprovechada.

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  5. Cuando la vida ha sido un ir y venir a tu interior, resulta doloroso aceptar que un día no habrá retorno. Terrible. Doloroso destino al que estamos condenados.

    Saludos, Elisa, me gustó.

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  6. Qué triste... A mi abuela le pasa algo parecido, se acuerda de las cosas de hace mucho y no de las de hace poco (aunque, por suerte, sí reconoce a su hijo)
    Me ha gustado mucho

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  7. José Manuel, Virginia, gracias por vuestros comentarios.
    Virginia, este relato tiene algún tiempo, tu "Días de lluvia", aunque tiene un tono mucho más alegre, me lo recordó.

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