Fernando Sáez, El resorte |
El escritor moja la pluma en el tintero antes de dar fin a su historia. De repente, el muñeco de resorte se dispara desde la página recién escrita haciendo vibrar la luz del quinqué.
—Estás mintiendo —acusa con su voz aflautada—. Has insinuado que yo estaba interesado en la bailarina.
El cuentista, sobresaltado, guarda silencio.
—Además, tú sabes que nunca hubiese causado mal alguno al soldadito. Era noble y valiente, sobrellevaba con dignidad su cojera. Y yo —añade tras un momento de duda—, yo lo amaba.
La palabra resuena como un golpe. La sombra del juguete se agranda en la pared. El escritor vuelve la hoja con energía, para encerrarlo de nuevo en el cuento, pero su personaje alcanza hacerse oír por última vez:
—Me envidias porque no soy un cobarde como tú, ¿me oyes? Porque me atrevo a proclamar con la cabeza alta quién soy y a quién deseo.
La pluma vuelve a correr sobre el papel. Ante el desconsuelo de su enamorado, el soldadito cae al fuego de la chimenea. Una ráfaga de viento arrastra a la bailarina junto a él. Ambos se funden en un único corazón. De plomo.
Muy buena historia. En ocasiones he jugado a confundir letras y narración, pero la interacción que narras me ha parecido mucho más redonda que mis intentos fallidos.
ResponderEliminarEnhorabuena. Una perta.
Oh que triste...
ResponderEliminarpero genial :)
un saludo
Plas, plas, plas. Muy bueno. me gusta sobre todo la imagen final con la nueva simbología, con esa visión renovada.
ResponderEliminarUn saludo
Hemos tenido que esperar un mes, pero ha merecido la pena. Besos desde Aguilar de Campoo
ResponderEliminarPreciosas la imágenes que regalas en tu texto, triste la historia.
ResponderEliminarBesitos