Finalizado el diluvio, la pareja avanza arrojando tras sí los huesos de la tierra. Aunque cubren sus cabezas con el manto y tienen prohibido volver la mirada, por el resonar de los pasos y el timbre de las voces, Deucalión ha aprendido que de las piedras que él lanza surgen hombres, de las que arroja la esposa, mujeres. Por eso, al fin de la jornada, entrega a Pirra la lasca de obsidiana, brillante y suave, que hace rato acaricia con la mano izquierda. Pirra sonríe y le corresponde con un cristal de roca, de nítida transparencia, que escondió entre los pliegues de su túnica. Las dos últimas piedras golpean al unísono la tierra. Un joven rubio y una venus de ébano se alejan tomados de la mano.
Deucalión y Pirra, temerosos del castigo de los dioses, no se atreven a girar la cabeza.
¡Que inteligente ese intercambio de piedras entre Deucalión y Pirra!
ResponderEliminarUn micro exquisito, Elisa.
Un abrazo admirado.
Desde el impulso de crear una estirpe bella a costa de desafiar a los dioses has logrado un texto maravilloso. Me admira tu uso del lenguaje.
ResponderEliminarAbrazos, Elisa.
Precioso micro. La belleza ha sobrevivido. El hombre siempre desafía a los dioses, una veces con mejor fortuna que otras. Un beso Elisa. Mar Horno.
ResponderEliminarMuy elegante y bello. Enhorabuena!!!
ResponderEliminarBesos desde el aire
Sin duda, la clave está en el título. Claro, y mal gusto, no tiene ninguno. Si puestos a pecar...
ResponderEliminarUn abrazo, Elisa
Muy bueno, me ha gustado mucho. Te voy a seguir leyendo.
ResponderEliminarSaludos!
Hermosa manera de utilizar esas dos piedras, obsidiana y cuarzo. A su vez delatoras de la infidelidad.
ResponderEliminarBesitos
Un texto de esos que yo soy incapaz de escribir, aunque me gustaría. Leeré más por aquí.
ResponderEliminarSaludos.
Elisa, como siempre , tu pluma escribe bellisimo...
ResponderEliminar