16 sept 2010

Romances y minificción



Los romances son composiciones poéticas de origen medieval que se incorporaron a la tradición oral y alcanzaron una amplia difusión tanto en España como en la América de habla española. Hasta entrado el siglo XX los romances continuaron cantándose, especialmente en las zonas rurales, hasta que los nuevos medios de comunicación provocaron su sustitución por los nuevos tipos de canción popular y los convirtieron en objeto de investigación y estudio de los folkloristas.

José María Merino, en su artículo “De relatos mínimos” ha señalado que el origen remoto del microrrelato en español está en los diversos tipos de relatos brevísimos de la Edad Media (facecias, cuentos, fábulas y apólogos). Los romances, pese a estar escritos en verso y a utilizar algunos recursos propios del lenguaje poético, presentan para el lector actual una mayor modernidad que la prosa medieval —en gran medida porque suelen prescindir del carácter ejemplarizante de ésta— y, en mi opinión, tienen algunos rasgos que pueden parangonarse con la minificción contemporánea.

El investigador Ramón Menéndez Pidal consideraba que los romances tenían carácter épico-lírico y es en esta mezcla de géneros donde se puede apreciar un primer punto de conexión entre el romance y la minificción, caracterizada ésta última también por la hibridación de géneros, pues a su indudable carácter narrativo se une en ocasiones una alta intensidad poética.

En segundo lugar, Menéndez Pidal consideraba que los primeros romances fueron fragmentos desgajados de los antiguos cantares de gesta; se trataba de episodios dotados de esencialidad, de una fuerte intensidad dramática muy del gusto del público que, conocedor del marco en que se encuadraban, deseaba escuchar o memorizaba sólo aquella parte del texto. Ejemplo claro de esto sería el conocidísimo romance de “El prisionero” —que formaba parte de un texto más extenso, con desenlace incluido— en el que en dieciséis versos y setenta y tres palabras se nos narra un mínimo motivo, la pérdida de una avecilla que permitía al protagonista contar los días y que, al ser muerta por un ballestero, le hace perder definitivamente la noción del tiempo y, con ella, tal vez la cordura. Este fragmentarismo conlleva el comienzo in media res, el final abierto —en algunas ocasiones abrupto— y la concentración expresiva, elementos todos que, al igual que ocurre en la minificción, exigen una alta participación del receptor (oyente o lector) para completar los huecos que el texto deja abiertos a su interpretación.

Una última concomitancia que me gustaría señalar es que, así como los autores de minificciones o microrrelatos toman como punto de partida las obras más conocidas de la tradición literaria universal, los romances utilizaban también fuentes diversas, en las que entraban a saco sus compositores. Hay romances procedentes de la Biblia, de la tradición carolingia, de la clásica, de los mitos artúricos, de la historia de España… Todo texto que contuviese un motivo capaz de conmover intensamente a los receptores era susceptible de ser utilizado y reelaborado con suma libertad (aunque sin el carácter eminentemente paródico propio de la minificción contemporánea).

Ejemplificar cada una de las afirmaciones anteriores conllevaría un desarrollo excesivo para estos apuntes, por tanto sólo dejo como ejemplo un bellísimo romance, de origen bajo medieval que bien podría considerarse un microrrelato y que, por su temática, está emparentado con el conocido cuento de procedencia oriental “El gesto de la muerte”.

Romance del enamorado y la muerte

Un sueño soñaba anoche soñito del alma mía,
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.

—¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.

En el caso de que alguien desee escuchar la interpretación de este romance, en YouTube pueden encontrarse varias excelentes versiones, entre ellas la del cantautor chileno Víctor Jara, la del folklorista zamorano Joaquín Díaz y la del cantante berciano Amancio Prada, dotada esta última de un intenso dramatismo que se ve reforzado por el uso de la zanfoña como único instrumento de acompañamiento.


Este miniensayo ha sido elegido por Lauro Zabala como ganador del concurso de nerdades del la Marina de Ficticia en el mes de agosto de 2010 y publicado en el blog Ficción Mínima.

6 comentarios:

  1. Oh, precioso!
    Gracias por ese enlace, Elisa. Y felicidades por el premio.

    Un abrazo.

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  2. Felicitaciones por la distinción, Elisa. Merecida por tan buen ensayo y tan hermosa canción elegida.
    Saludos!

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  3. Felicidades, Elisa. El texto aborda muy bien el tema; me gustó mucho.

    Saludos.

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  4. Un texto muy interesante. Aprendí mucho.
    Un abrazo,
    PABLO GONZ

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  5. Elisa, felicidades por tu premio. Un excelente desarrollo de ambos temas.

    Saludos.

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  6. Gracias, Pedro, Mónica, Gabriel, Pablo y José Manuel, es una gran alegría para mí teneros como amigos en la distancia.

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