Leonard Foujita, Domadora de leones |
La señorita Mariluz es tímida y poquita cosa. Cuando algún miembro del circo se acerca al furgón escuela, la oye reprender a los alumnos con su voz de cristal a punto de romperse mientras los hijos del payaso la remedan, el del ilusionista hace desaparecer las llaves de su bolso y los mellizos de la acróbata dan triples saltos mortales entre los pupitres. Pero hay algo peor. Desde que el augusto la abandonó y ella se refugió en brazos del domador, cada noche resuenan tremendos latigazos en la caravana que comparten. Nadie se ha atrevido a mirar por el ojo de la cerradura. Quien lo hiciera, vería cómo la señorita Mariluz, ataviada con una escotada malla de la trapecista y unos tacones de aguja rojos, hace danzar a su partenaire a golpes de fusta antes de arrojarse a devorarlo como una leona.
Es que la vida pública y la privada no siempre coinciden.
ResponderEliminarMe gustó mucho este texto circense.
Afortunadamente podemos ser dos... o más. Un beso.
EliminarMe parece la pura definición de la originalidad, especialmente el planteamiento.
ResponderEliminarComo siempre, entretenido y chocante como una buena taza de café. —Vale, yo no tomo café, pero estos relatos me hacen despertar.—
Tu comentario es casi un micro. Gracias, intentaré seguir despertándote si pasas por aquí.
EliminarGrrrrrr!
ResponderEliminarBesos, Lunera.
¡Mire que le suelto un latigazo, don Oso! ¡Muak!
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