Retrato de tres niños, de Sofonisba Anguisciola |
"De que vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo".
Teresa de Jesús, El libro de la vida.
El sol poniente dora la piedra del cercano hospital de Santa Escolástica cuando la criada, bien avisada, siente los tres golpes, amortiguados por un grueso paño interpuesto entre la aldaba de bronce y la puerta. De puntillas atraviesa el patio y vuelve llevando a la niña de la mano; pero esta tarde sus esfuerzos resultan baldíos, doña María las ha oído desde su aposento, interrumpe el rezo del rosario y reclama a la hija.
—Beatriz, ¿cómo vienes con el tacón del chapín roto y la saya desgarrada? ¿Y esas trenzas deshechas? Enséñame las manos.
Dos manos de uñas rotas, aún con trazas de tierra, salen de detrás de la amplia falda y se muestran, temblorosas y paralelas.
— ¿Otra vez haciendo de albañiles? ¿De dónde sacáis esas ideas de levantar ermitas en el jardín? Seguro que la vecinita no se mancha las manos de barro, que ella se reserva el papel de alarife. No sé qué tendrá esa muchacha para sorberos así el seso. Su madre no gana para disgustos, pobrecilla, casi se muere el día en que se le escapó con Rodrigo. ¡A tierra de moros! Y es que tiene a los hermanos dominados, que no ven más que por sus ojos. Menuda marimandona está hecha. Te digo, Beatriz, que Teresita, con ese carácter que tiene, no va a encontrar un hombre que se atreva a pedirla en matrimonio. Y tú, como sigas detrás de ella como cordero tras pastor, vas a quedarte también para vestir santos.
Precioso y tierno. Esa frase final es genial.
ResponderEliminarSaludillos
¡Gracias Puck! Me alegra que te guste la frase final, es la clave de la historia. Un besazo.
ResponderEliminarSutil, bello, tierno, ligero.
ResponderEliminarCuidado! Micro para atravesar de puntillas...
Patri, gracias, gracias, gracias también a ti. Hoy es un día perfecto: primavera, tiempo para escribir, comida con mi madre y comentarios de amigas. Otro beso para ti.
ResponderEliminarMe gustaría disponer a veces de esa ternura... o al menos saber plasmarla...
ResponderEliminarVamos, que me ha encantado, Elisa!
Un abrazo!!
Un abrazo, Sucede, tengo que reconocer que los niños son mi debilidad. Sólo tienen un inconveniente: que crecen :).
ResponderEliminarDelicioso microrelato, Elisa. Muy visual y también me parece escuchar el frufru de las enaguas de las doncellas.
ResponderEliminarParece que estás de regreso de un bello día. Por aquí, aunque frío, recién es hora de salir: una recitadora y cantante me espera, después cosas ricas y una copa de vino con amigos literatos.
Un abrazo.
Un texto impecable cuyo título lo engrandece. Y esa frase final...
ResponderEliminar¡Bravo, Elisa!
Saludos.
Me gusta, Elisa, descubir todo aquello que no dice la mujer, todo aquello que por sabido se calla y que, a según nos va en la feria, debemos comprender, con una óptica u otra.
ResponderEliminarDelicada regañina :-)
Me ha encantado, Elisa. Sobre todo, por lo bien escrito que está y cómo cuatro trasladas cuatro o cinco siglos sin que nos demos cuenta
ResponderEliminar¡Excelente! Para entenderlo a plenitud busqué algo de información sobre Teresa de Jesús porque me quedaba algo descolgado quién era Rodrigo... y claro era el hermano de Teresa.
ResponderEliminarPor otra parte, la frase final es el guiño al lector que sabe cómo continúa (o debiera, jeje) la historia pero doña María, no.
Un texto de factura impecable.
Saludos.
Mónica, espero que disfrutaras el domingo tanto como yo, qué mejor que pasar el día con amigos con los que se comparten las pasiones.
ResponderEliminarGracias, palindrómica MJ, boquiabierta me ha dejado la visita a tu blog, magia es lo que haces con las palabras.
José Luis, creo que se puede rellenar, como bien dices, según distintas ópticas. Yo me quedo con la de la triste educación que se dio durante tanto tiempo a las mujeres.
Fernando, estoy convencida de que las niñas de entonces eran como las de ahora, las madres eran quizás, las que eran distintas, ¿o no?
Gabriel, qué voy a decirte a ti, si cuando me desanimo en esto de la escritura releo tus comentarios y me dan alas.
Besos más felices a todos, porque acabo de enterarme de que este texto (con otro título) y otros dos más han sido publicados en Miradas y letras II, un libro que recoge una selección de los micros presentados al concurso convocado por el Camino de la lengua castellana. Dando botes estoy.
Precioso, me encantó
ResponderEliminarun beso