El ropero, de Antonio Maya |
Aprovechando la mañana de otoño, me pongo a ordenar el ropero del pasillo y un revoltijo de colores —rojos, marrones, verdes, todos los tonos del azul— se desparrama ante mis ojos. Faldas, cinturones, jerseys, pañuelos —¡esa manía tuya de no tirar nada!, me parece escuchar— y al fondo, la caja de cartón que encierra el traje de novia amarillento. ¿Adónde fue aquella muchacha feliz que lo lució hace años? ¿Y la joven que cubría su preñez con el vestido de rayas? Con la trenca de paño otra mujer, apresurada, llevaba sus niños al colegio y el chanel de lana fría lo lució al jubilarse cierta señora de buen ver que tampoco soy yo. No dejo la tarea por imposible, sino por inútil. Camino hasta el vestíbulo, agarro mi bastón y salgo a la calle, decidida a inventarme de nuevo. No me van a encontrar. Cuando Julio y los chicos me busquen, darán unas señas que ya no son las mías.
Todo un drama, me gusta el final que siempre sorprende... www.senddero.wordpress.com
ResponderEliminarUn abrazo ficticiano, Rub.
EliminarMuy bueno, Elisa. Coincido con Sendero,
ResponderEliminarBicos,Myriam
Y otro para ti, Myriam.
EliminarReinventarse es revivir. Tu relato refleja a través del ropero, a una mujer decidida a hacerlo. Magnífica la forma en la que nos muestras el peso de las vivencias, me quedo con ese final: nunca es tarde para reencontrarnos con nosotros mismos.
ResponderEliminarUn abrazo .
Encontrarse, perderse y volverse a encontrar, todo menos quedarse quieto. Gracias por comentar, Yolanda.
Eliminar¿A dónde nos fuimos todos ésos que hemos sido?
ResponderEliminarAy, Rubén, al mismo lugar que se fueron aquellos que no nos atrevimos a ser. Un abrazo.
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