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Ilustración de Enma Florence Harrison |
Miran el mundo con desolación. Su poder podría arreglarlo si
los humanos se pusieran de acuerdo. Si pidieran unánimes la paz, la
desaparición de la isla de plástico o el fin de la pobreza. Pero no. Los deseos
de unos y otros se oponen con tal fuerza que las hadas no saben discernir quiénes
merecen conseguirlos. Por eso agitan confusas sus varitas mágicas. Y por no hacer más daño, solo las emplean para
milagros pequeños, casi imperceptibles: que la muchacha que va a examinarse no
pierda el autobús, que la señora de los pies hinchados pueda comprar sardinas a
buen precio, que al chico que derrama una lágrima mientras se viste a
escondidas con ropa de mujer no se le corra el rímel.