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Salvador Dalí, Dafne, la mujer árbol |
A
la señorita Mariluz le cansa el trasiego permanente: recoger mapas, libros,
lápices y cuadernos para que no se desparramen durante el traslado; guardar la
mesa, las sillas y el quitasol bajo el que ella y su domador desayunan al aire
libre; ayudar a enganchar los remolques de las fieras. Hay noches en que sueña
que sus pies se hincan en el suelo de la ciudad que están a punto de abandonar.
De esas raíces brota una mujer que no es maestra de circo, sino modista,
secretaria o repostera, y vive en una casa con jardín y postigos azules; pero,
al crecer en sueños, las ramas de su vida se adelgazan y terminan por
convertirse en látigos que el viento zarandea.