Manuel Millares Sall, El beso |
Cuando lo conocí era apuesto como un príncipe, pero en seguida empezó a redondeársele el vientre. Más tarde, mientras encogía poco a poco, los ojos se volvieron saltones, el cuello fue desapareciendo y un buche enorme creció bajo su mandíbula. De un tiempo a esta parte se le ha cubierto la piel de verrugas. Lo peor es la sospecha de que soy yo quien tiene la culpa, por no haber dejado de besarlo en los últimos treinta y cinco años.
Un cuento al revés, casi de verdad.
ResponderEliminarMe he quedado pensando quien tiene la culpa y... mira, de lo del vientre la culpa es de él, el resto, solo faltaba que el resto fuese por unos besos; a mi no me parece mal, y hasta me parece bien, que se bese a quien sea durante 35 años, sea quien sea; casi que me da envidia, fíjate.
Lo dicho, miga tiene tu micro
Luisa, sabes que en esto de los micros nos gusta rizar el rizo. A mí también me parece envidiable besar a alguien durante treinta y cinco años, o más. Pero hay que aceptar el envejecimiento (del otro y el propio) y eso es difícil. Un beso.
EliminarMe gusta este contar el cuento al revés, que además encierra muy bien la dejadez por la que los príncipes azules acaban sapos.
ResponderEliminarNo siempre es dejadez, Miguel Ángel, tal vez sea inevitable, ¿no? Un abrazo.
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