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Fotografía de Catarina Nico |
El carnicero le reserva buenas piezas que ella limpia con esmero de restos y telillas. Sobre la mesa el tarro de pimienta molida, pimentón de la Vera, las hojas de laurel, vino blanco de Rueda y una copita de jerez seco. El ajo, la cebolla en juliana y del paquete de harina de maíz, un par de cucharadas para espesar las salsas. Hace cocer los guisos a fuego lento, con suaves borboteos que esparcen por la cocina un olor denso y montaraz. Primero sirve hígado, de ternera, para que él calme el hambre y deguste con placer los demás platos. Después trae corazón, el suyo, entero y apenas aliñado. El hombre lo trocea meticuloso con el borde afilado del cuchillo, lo revuelve en la salsa, lo olisquea y le manda retirar el plato sin probarlo. Prefiere dejar sitio a los riñones, de cerdo, su plato favorito.
Este microrrelato, con la bella fotografía que lo ilustra, apareció en abril del año pasado en el blog de la revista literaria Zoque.