Con los primeros desaires del amante apareció un leve temblor al parpadear que apenas enturbiaba su belleza. Los ataques de celos repentinos provocaron aquella crispación en la comisura derecha de sus labios; los arranques de furia, el rítmico alzarse de ambas cejas; las sucesivas infidelidades, la contracción involuntaria de los pómulos. Decidió abandonarla cuando el rostro de la mujer no era más que un puzle dislocado que se armaba y desarmaba sin cesar. Antes de hacerlo, fascinado, le pintó un último retrato. Cubista, por supuesto.
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Pablo Picasso, Mujer llorando |