11 mar 2019

El galán y la obrera

Escultura de Gerardo Fernández 


Una mañana, en el túnel suroeste, cuarto nivel de profundidad, observé a una diminuta obrera que se insinuaba pícara a un macho de cintura flexible mandíbula feroz y antenas graciosamente inclinadas.

−Muero por tus feromonas, guapetón.

−Venga ya, pequeñaja, ¿crees que con el tipazo que tengo me voy a fijar en un monigote estéril?

−¡Tú mismo! Conmigo ibas a echar un buen ratito, sin fecundaciones ni gaitas. ¡Que sepas que si te apareas con la reina la palmas al momento! Además, la reproducción está sobrevalorada. ¿No sabes que somos ya más de mil billones en el mundo? A este paso, vamos a dejar el planeta más seco que un saltamontes muerto a la puerta de casa.

Ante la mirada despectiva del macho, la hembrita se alejó lanzando consignas contra el monopolio de la reina sobre los maromos y reclamando la revolución sexual, la decapitación de la abusadora y la exposición de su cabeza en el intercambiador central del hormiguero.

Dos horas más tarde volví a verla en el túnel norte, segundo nivel de profundidad. Una hormiga sargento estaba comunicándole que, dado su carácter levantisco, debía abandonar el área de alimentación de larvas, a las que podría contaminar con sus ideas subversivas, y pasaba al área de defensa, sector oriental, en primera línea de batalla contra los ejércitos de la colonia enemiga.

Variación sobre un texto de Raimond Queneau.