Fotografía de Catarina Nico |
El carnicero le reserva buenas piezas que ella limpia con esmero de restos y telillas. Sobre la mesa el tarro de pimienta molida, pimentón de la Vera, las hojas de laurel, vino blanco de Rueda y una copita de jerez seco. El ajo, la cebolla en juliana y del paquete de harina de maíz, un par de cucharadas para espesar las salsas. Hace cocer los guisos a fuego lento, con suaves borboteos que esparcen por la cocina un olor denso y montaraz. Primero sirve hígado, de ternera, para que él calme el hambre y deguste con placer los demás platos. Después trae corazón, el suyo, entero y apenas aliñado. El hombre lo trocea meticuloso con el borde afilado del cuchillo, lo revuelve en la salsa, lo olisquea y le manda retirar el plato sin probarlo. Prefiere dejar sitio a los riñones, de cerdo, su plato favorito.
Este microrrelato, con la bella fotografía que lo ilustra, apareció en abril del año pasado en el blog de la revista literaria Zoque.
Bueno, un desamor puede enfocar el amor en otras cosas. O, bien mirado, puedes quedar inmune de por vida: te quitas el corazón y te lo comes al ajillo. También pondría la lengua, que me encanta cómo la hace mi madre, aunque creo que me asfixiaría sin poder hablar.
ResponderEliminarSiempre te quedaría la mano para escribir... ;-).
Eliminar¡Muy fuerte! Enhorabuena por la publicación.
ResponderEliminarGracias, Ximens, tiene ya un tiempecito, pero me gusta tenerlo todo reunido en el blog.
Eliminar¡Qué Gore!Destila la rabia. Enhorabuena por la publicación.
ResponderEliminarPero no muere nadie, mientras hay vida hay esperanza. Un abrazo, Miguel Ángel.
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