Se lo repetí, a los tres, una y mil veces. Que le dieran una oportunidad, que el amor lo había cambiado, que comer, solo me comía a besos. A regañadientes, los dos mayores vinieron a la boda. El pequeño, que siempre fue el más listo, dijo que no pensaba ser testigo de aquel disparate.
Por eso le agradecí que, cuando me refugié esta mañana en su casita de ladrillo, con la caperuza desgarrada y el ojo morado, se limitara a curarme y a secarme las lágrimas. Que ni siquiera en la mirada se le escapase un “te lo había advertido”.
Escrito para los Viernes creativos, de Ana Vidal.
Qué original Elisa! Me encantó.
ResponderEliminarTan original como duro.
ResponderEliminarMe gusta ese final sin reproches, lleno de ternura y el curioso paralelismo con el cuento. Y eso que nunca fui fan del cerdito menor, tan perfecto, sabirondo y trabajador. Este es realmente humano
ResponderEliminarPuri, debe ser que desde el Romanticismo nos ponemos de parte del marginado, del rebelde, del outsider, y no valoramos las virtudes de la prudencia y el trabajo. Por eso mis alumnas siempre se enamoran de los malotes y el pobre cerdito pequeño se queda siempre en pagafantas :-D :-D.
Eliminar¡Gracias a los tres! Es estupendo encontrar vuestros comentarios en una mañana de domingo, ahora que los blogs se han vuelto casi invisibles.
ResponderEliminarCuántas veces hemos oido eso de dar otra oportunidad, que es otro, que ha cambiado...Lástima que muchas veces no hay cerca un cerdito con casa de ladrillos. (Para mi los blogs aun son muy visibles. Como todavía sigo sin facebook, twitter, whatsup, pinterest...)
ResponderEliminarSólo a una «lunática» así se le ocurriría mezclar dos cuentos, una telenovela y una fotografía que terminase de manera tan humana.
ResponderEliminarNunca supe quién eras, pero me encanta el comentario.
Eliminar¡Qué risa!!!
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