Shellac on a Hand, de Jim Dine |
El arma homicida había penetrado, certera, el quinto espaciointercostal y, atravesando el ventrículo izquierdo, provocó una muerte instantánea. No se encontraron huellas ni testigos. La biografía del difunto, un individuo borroso, carente de riqueza, poder o pasiones, no permitía imaginar un móvil para el crimen. El caso se estaría pudriendo en los archivos si el sargento Duque no hubiera abierto una nueva vía de investigación. La auténtica víctima no era el discreto ciudadano Ramírez, sino el corazón de la hermosa y casquivana Emilia Duarte; órgano que, tres meses antes del asesinato, Ramírez había recibido en trasplante.
¡Genial! Y muy original, Elisa.
ResponderEliminarUn beso.
Muy bueno Elisa!!
ResponderEliminarMás de una vez he pensado algo parecido... órganos, trasplantes, asesinatos... jaja
Un abrazo!!
Parece que Emilia Duarte había herido profundamente al pobre asesino...
ResponderEliminarExcelente.
Saludos.
Tengo que decirte que, como buena aficionada a la novela negra, estas variantes de micros me encantan, Elisa. Un beso, y feliz Día E.
ResponderEliminarsi el amor puede traspasar las barreras de la muerte, la muerte, por supuesto, puede hacerlo también.
ResponderEliminarsi no lates por mí no latirás por nadie.
Doble muerte, del amor ¿quizás? Muy bueno el relato.
ResponderEliminarSaludos.
Muy bueno ese giro final. Crimen pasional que abre un montón de posibilidades. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarTe pido disculpas por decir en el fb que "se me había pasado este micro" claro, era de hoy!
ResponderEliminarProcuraré ser mas prolija con tu precioso blog, Elisa.
Un abrazo
Eso sí que es ser meticuloso... :o) Buen giro, Elisa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pobre Sr. Ramirez.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias, MJ.
ResponderEliminarSucede, cómo no se te iban a ocurrir a ti esas terribles y retorcidas ideas. ¡Espero leer las historias!
Gabriel, parece, hay gentes que se dejan herir con facilidad y encima son vengativas :).
Gracias, Carlota, por tu comentario y por ese sol que me has regalado.
Qué bonito comentario, Vitt, parece un microrrelato con un mangnífico final.
Gracias, Nicolás, dos muertes por una. Los efectos colaterales, que dicen.
Gracias, Púgil.
Pati, ¿disculpas? Ni se te ocurra. Tú eres una de las más distinguidas lectoras del blog y lo único que mereces de mi parte es agradecimiento. Lástima que la distancia me impida dártelo en vivo, algún día será.
Esa era la idea, Belén, imaginar la investigación previa hasta encontrar la víctima y los ensayos para que el daño fuera directo al órgano de marras.
Pobre, Samsa, como dije antes, daños colaterales. ¿Habrá expresión más cínica?
Abrazos domingueros.
Excelente micro, Elisa. Ya lo conocía, pero lo he disfrutado otra vez. Y pienso como Gabriel, no le falta nada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Son las vueltas de la vida. Tanto tiempo sin venir por aquí y tanta alegría que me da volver.
ResponderEliminarEs lo que tiene el rencor hiperbólico: no es posible conformarse con la muerte del enemigo si esta no ha sido completa. Si algo sigue latiendo la ira asesina no se disipa. Estupenda historia, Elisa.
ResponderEliminarHay que tener mucho cuidado con lo que te trasplantan. Muy bueno.
ResponderEliminarBesos volados.
Yo me quedo con ganas de conocer más detalles de la historia. A lo mejor aquí está la semilla de una best-seller! Es que mi afición por la novela negra me pierde
ResponderEliminar¡Por Dios! A eso se le llama olfato para el crimen. Muy bueno, Elisa.
ResponderEliminarAbrazos fuertes,
PABLO GONZ
Mónica, claro que lo conocías. Si os parece que está bien así, así se queda, que vosotros sabéis un montón de estas cosas.
ResponderEliminarBien vuelto, Esteban, y no olvides el camino, es un placer verte por aquí.
Me encanta, Caboclo, lo del rencor hiperbólico. Voy a guardarlo por si alguna vez me piden que dé tema para un concurso. Puede dar mucho de sí.
Otro tema, Lola, cuidadito con lo que te trasplantan... si nos vamos al terreno de la fantasía pueden salir buenas cosas.
Pablo, no tengo paciencia para novelista. Otro micro puede que saliera, pero poco más.
Y Pablo G., no fue olfato, sino tres meses de espionaje por los archivos de la seguridad social, seduciendo celadores, auxiliares y administrativas lo que permitió al asesino localizar el corazón de la amada. Te aseguro que no fue nada fácil (y si te digo la verdad, en realidad el corazón no era el de Emilia: hubo un error en el quirófano del que nadie llegó a percatarse, pero eso es otra historia... ).
Abrazos con brazos sin trasplantar (de momento).
Me gustó mucho el giro final del micro. Bien jugado. Saludos.
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